El Amigo Eterno
Historia enviada por: Lobo Lobo Lobo
Adaptación y Estilo de Narración: Marciel G ( Elixir de Miedo)
Los abuelos contaban una historia que recorría los rincones más oscuros del pueblo. Un hombre pobre, peón de tierras ajenas, despertaba al alba para trabajar como cada día. Aquel día, su esposa, con lo poco que tenía, le preparó enchiladas de chile y frijoles. "No hay más", dijo ella con resignación, mientras él tomaba su machete, su pala y llamaba a su fiel perro. Sin decir más, se encaminó al campo.
Al mediodía, cuando el sol abrasaba la tierra y la fatiga le pesaba en los hombros, buscó refugio bajo un árbol frondoso. El viento murmuraba entre las ramas, como si ocultara un secreto que nadie debía escuchar. El peón sacó sus enchiladas y una botella de agua, dispuesto a calmar su hambre. Justo cuando iba a dar el primer mordisco, una voz desconocida rompió el silencio.
—¿Me regalarías una enchilada? —dijo la voz, grave y resonante, tan cercana como si surgiera del mismo aire.
El peón giró la cabeza y, ante él, apareció un hombre extraño, vestido de charro, sus ojos oscuros como pozos sin fondo. El charro observaba con una sonrisa inquietante.
—No son más que enchiladas de chile y frijoles —respondió el peón, su voz titubeante.
—No importa —dijo el charro, mientras se sentaba junto a él, la sombra del árbol envolviendo ambos cuerpos. Comieron en silencio, y el aire alrededor parecía volverse más frío, más pesado, como si el día hubiera caído repentinamente en un crepúsculo.
Cuando terminaron, el charro lo miró fijamente, su sonrisa ahora más profunda, más oscura.
—Esas enchiladas estaban picantes —rió suavemente, un sonido que no llegaba a ser del todo humano—. ¿Sabes quién soy?
El peón lo observó, sintiendo una extraña inquietud en el estómago, como si hubiera algo fuera de lugar. Si asintió con la cabeza.
—Soy alguien que puede concederte lo que desees —dijo el charro, sus ojos brillando con una promesa peligrosa—. Pide lo que quieras, y será tuyo.
El hombre dudó, afilando su machete mientras su perro, que no se apartaba de su lado, emitía un bajo gruñido. Los ojos del animal estaban clavados en el charro, como si viera algo que su dueño no podía percibir.
Después de un largo silencio, el peón habló.
—Siempre he sido pobre. Mis padres, mis abuelos… todos vivieron en la miseria. Si te pidiera riquezas, la gente me llamaría ladrón. No. Lo único que quiero es salud para mí y para mi familia.
El charro lo observó con ojos que parecían medir el alma misma del hombre. Tras un largo instante, inclinó su cabeza, quitándose el sombrero en un gesto sombrío.
—Durante más de mil años he vagado por la tierra —dijo—. Jamás alguien me había pedido algo tan puro. Te concederé lo que deseas. Pero te daré más de lo que has pedido, aunque nunca lo pidas. Nunca te faltará nada para vivir.
El peón, aunque agradecido, sintió una extraña frialdad en aquellas palabras. A partir de ese día, su vida comenzó a mejorar de formas misteriosas. Nunca le faltó comida, y siempre volvía a casa hablando de su "amigo" que lo acompañaba a comer bajo el árbol.
Los años pasaron, y el peón envejeció, viendo a sus hijos y nietos crecer. El día de su muerte, mientras yacía en su cama, débil y a punto de partir, vio cómo la figura del charro se materializaba una vez más junto a él. El charro lo miró con una sonrisa sombría y le dijo
—No te preocupes, amigo. Yo cuidaré de tu familia… y de tu descendencia. Siempre cumpliré mi promesa.
Desde aquel día, la sombra del charro nunca abandonó a la familia del peón. Algunos dicen que todavía se le ve bajo el mismo árbol, esperando a quien esté dispuesto a compartir una comida… y mucho más.
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